viernes, 22 de agosto de 2008

Muerte de Qawaskar


Hace algunos días tuve noticias de la muerte de Alberto Achacaz Walakial. Años atrás (casi una vida anterior) trabaje con esta etnia y tuve la oportunidad de compartir con Alberto. En ese tiempo escribí este articulo para ua revista (Magazine Impactos). Creo oportuno compartirlo ahora.

Punta Arenas, 7 de marzo de 1992

ACHACAZ, EL QAWASHKAR
por Benjamín Rodríguez


Achacaz estaba preocupado.Había oscurecido rápidamente, tenía frío y
su hermano menor lloriqueaba a su lado. Debía reconocer que la
preocupación se había transformado, con el tiempo, en miedo.

-¡Ayayema! -exclamó.

La fatalidad se había apropiado de un tranquilo viaje de recolección
de erizos, trocándolo casi en una desgracia; todo por culpa de la
vieja chalupa utilizada, que continuaba usándose, pese a su carcomida
madera, en consideración a que aún podía soportar un poco más de
tiempo las faenas destinadas a conseguir el alimento para su grupo
familiar. Sus padres, Walakial y Chelaqueio, y sus hermanos, Huorojó,
Chamalo y Stajso (el menor que tiritaba a su lado), esperaban darse un
festín con los erizos que recolectarían. El sabía donde estaban.Muchas
veces había llegado hasta ese sector. Y al igual que en las otras
oportunidades había dejado la chalupa amarrada; sin embargo, esta vez
la marea le había jugado una mala pasada, llevándose la embarcación y
golpeándola contra las rocas. Ahora el fondo tenía un boquete y estaba
inutilizada.

Achacaz tenía 20 años. Era un jovenn y fuerte representante del pueblo
qawashkar. Hacía poco había retornado del norte, desde Quintero, donde
cumpliera el servicio militar junto a otros dos mocetones de Puerto
Edén.

Sentía miedo, "ftei".

"Che ftei ayayema" (Temo a ayayema, pensó en voz alta.

Frotándose las manos para alejar el frío continuó meditando:

"Ayayema, el dios malo que trae la fatalidad una y otra vez. Ayayema
hace que las cosas se pierdan, que el navegante más experto se
desoriente, que el viento transforme un apacible caldero en un
infierno de olas que arrastran las débiles embarcaciones de los
qawashkar, destruyéndolas".

Su abuelo ("arrana") le había enseñado a tejer canastos, a coser
canoas, a hacer fuego con piedras de azufre, pajitas y ramas bien
secas, pero, sobre todo, a tener cuidado de los chilenos ("yama"),
esos seres que hablan otra lengua y hacen mal a los qawashkar. También
a cuidarse del viento en los canales y, sobre todo, de ayayema, aquel
que vive en el barro de los pantanos, que sale a caminar de noche
sembrando la fatalidad a su paso. Resonaba en sus oídos "¡Ayayema
chamnad!", la amenaza con que los adultos intimidaban a los niños
desordenados haciéndolos correr con el "te va a agarrar ayayema", te
va a llevar como a otros que nunca volvieron al campamento y dejaron a
sus familias sumidas en el dolor y el temor.

Ahora allí, en la orilla de la playa, esperaba. Encendió un pequeño
fuego, como le había enseñado su abuelo. Lo habría hecho sin fósforos
("falla") que los blancos tenían e intercambiaban. Un verdadero tesoro
para ellos, por lo que los guardaban en un ingenioso recipiente de
"carboch", un pato que se descueraba y luego se secaba al sl para más
tarde virarlo, dejando las plumas hacia dentro así lo seco y
permitiendo que el cuero hacia afuera garantizara su impermeabilidad.
Así la bolsa daba la seguridad de mantener secos los fósforos.

Stajso dormitaba acurrucado junto a él. Los canastos rebozaban el
apetecido alimento de lenguas de erizos. Pensó en su padre, Walakial,
su verdadero nombre, no Santiago Tonko como le pusieran los chilenos
en papeles que no sabía leer. Le había avisado donde irían, como
siempre. Al caer la tarde seguramente saldría a buscarles. Su padre
era fuerte. Lo había visto luchar con otros qawashkar, derrotándolos a
todos. Nadie era como él en el manejo del arpón ("yeguayojar") contra
los lobos marinos. Ahroa vendría a buscarle Walakial, su padre, de
quien se sentía orgulloso. De pronto, a lo lejos, se sintió un grito.
Aguzó el oído y escuchó claramente: ¡qawashkar! ¿Era su padre quien
venía? Alborozado despertó a su hermano y ambos empezaron a contestar
eufóricos la expresión "Ayao", que significa "Aquí estoy".



***

Este pequeño relato es fruto de largas conversaciones con Alberto
Achacaz Walakial, varón de 63 años de edad, residente en Punta Arenas.
Es originario de Yetarte, Puerto Edén. El propósito de las
conversaciones obtenidas fue obtener la mayor cantidad de información
posible. El resultado (8 horas de registro en audio) no está
totalmente transcrito, pero he querido rescatar este relato que me
enseñó de una manera muy gráfica el significado de la expresión
"Qawashkar", que designa a la persona, al ser humano, a alguien que en
medio de los canales australes puede y pudo sobrevivir a las difíciles
condiciones de vida del medio. El llamado de Walakial, padre de
Alberto, era un grito destinado a preguntar si había alguien allí, a
los cual sus dos hijos contestaron afirmativamente diciendo ¡ayao!:
¡Sí, aquí hay alguien, aquí estamos!

El qawashkar es una persona altamente concreta. Es muy difícil al
conversar con ellos, en su deficiente castellano, abstraerlos en torno
al sinificado de su lengua. Es mucho más fácil, a través de historias
que les hayan ocurrido, ir descubriendo que sus palabras, tan
difíciles de pronunciar, representan en el fondo experiencias de vida,
concretas y reales para ellos y un tanto desconocidas para nosotros.

La aventura de Achacaz tuvo un final feliz. El llamado de Walakial
tuvo respuesta aquella noche en la isla Wellington. La duda quemante
es: ¿Hoy el llamdo tendrá contestación? Si emulando a ese padre de
familia, angustiado por la suerte de sus hijos, exclamamos en medio de
los canales: ¡Qawashkar! ¡Qawashkar!. ¿Existirá pronto algún
representante sobreviviente de esta etnia que pueda respondernos
"Ayao" o sólo encontraremos el silencio como respuesta a nuestro
llamado.

1 comentario:

Odita Lola dijo...

Excelente articulo Don Benjamin,se lo agradezco en nombre de mi Pueblo.Y estoy a su gratas ordenes.
Carlos Eden-Maidel